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Aterradoramente adaptado: ¿es siempre malo el miedo?

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Una emoción se define como la reacción que se produce tanto a nivel fisiológico como psicológico como respuesta a los estímulos que uno percibe, ya sea algo (un objeto, un lugar, un recuerdo) o alguien (una persona). Se dice que las emociones son universales, ya que se manifiestan en todas las culturas y, salvo excepciones, presentan patrones de comportamiento similares en muchas de ellas. 

El último aspecto importante que destacar con respecto a ellas, es que las emociones tienen un carácter subjetivo muy importante; es decir, dependiendo de la persona, se experimentarán una serie de sensaciones físicas más o menos intensas, agradables o controladas que, junto con los diferentes cambios que se producen a nivel cognitivo y los pensamientos derivados de ellos, las consecuencias harán que tengamos una experiencia emocional única.

En nuestra vida, seguro que nos hemos topado con personas muy diversas en cuanto a la gestión emocional. Algunas, no habrán hablado nunca de ellas (quizá por miedo, por vergüenza a lo que la otra persona pueda pensar o porque puede dar una imagen diferente a la que se proyecta), mientras que otras habrán podido expresar todo y cuánto les sucedía, unas veces mejor y otras peor. Y, aunque todos hayamos sentido nervios o ansiedad, no todos somos igual de conscientes de que un mal manejo de dichas emociones puede generar un bloqueo en determinada situación o, incluso a la larga, la aparición de enfermedades.

El paquete emocional del ser humano se compone de infinidad de emociones, sentimientos, estados... Unos serán más elaborados, otros más sencillos (a priori), pero todos necesarios y esenciales. Resumiendo mucho, podríamos decir que existen seis emociones básicas, a raíz de las cuales se conforman las demás (y estoy seguro de que los amantes de Disney las conocéis). Sus nombres son: alegría, ira, miedo, tristeza, asco y sorpresa.

De la que hablaremos aquí es del miedo. El miedo es una emoción que mostramos cuando nos encontramos ante un peligro (o algo que nosotros hemos identificado como tal), ante situaciones nuevas o en las que no tenemos experiencia… Encima de la bicicleta podemos sentir miedo cuando bajamos a velocidades elevadas, cuando rodamos con mucha gente en el pelotón (ambas situaciones podemos interpretarlas como peligros) o, por ejemplo, cuando nos escapamos por primera vez y tenemos miedo a ganar (porque es algo nuevo).

Como hemos dicho antes, el miedo se manifiesta tanto a nivel fisiológico (respiración más acelerada de lo normal, tensión muscular, sudoración, sequedad en la boca… todo ello prepara para la acción) como cognitivo (reaccionaremos tratando de decidir si tenemos más posibilidades de sobrevivir luchando, huyendo o quedándonos paralizados).

En función de cómo sean nuestras habilidades de gestión emocional, reaccionaremos ante ese miedo de la manera más adaptativa para cada situación (importante: “luchar” no siempre es lo más adaptativo). Si siempre reacciono luchando, es probable que infravalore el peligro real que esa situación plantea: si me tiro sin pensar en un descenso, puede que no me dé cuenta de que realmente estoy en peligro. Por otra parte, si siempre reacciono huyendo o con bloqueo, esas respuestas retroalimentarán las posteriores y no seré capaz de enfrentarme nunca a ellas: si me da miedo rodar entre mucha gente y me quedo atrás porque me encuentro más cómodo, lo repetiré precisamente por esa sensación de seguridad que me genera (pese a que, así, gaste más vatios o no me entere de lo que sucede en carrera).

Pero, y si siempre reacciono huyendo o con bloqueo ¿puedo modificar mi manera de actuar?

Lo bueno es que sí: la gestión emocional es una capacidad que se puede trabajar y que, con esfuerzo, es posible modificarla. Lo malo es que, para ello, se necesita eso, esfuerzo y trabajo, lo que implica, a su vez, tiempo y paciencia. Al igual que los beneficios físicos del entrenamiento no se ven en un día y necesitamos series y más series para valorar esas mejoras (qué os voy a contar yo), en el plano psicológico (y emocional), también.

El primer paso para ello es observar la forma en que esa emoción se produce en esas situaciones concretar y aceptarla. Solo de esta manera seremos capaces de obtener ventaja de ella. Recordemos que lo positivo del miedo es que, al activar tantos mecanismos a nivel fisiológico, nos prepara para la acción, únicamente tenemos que conseguir que esa acción posterior sea cada vez un poco más adaptativa.

Una vez acepte y normalice que es posible tener miedo y que yo personalmente tengo miedo, mi función consistirá en, poco a poco, generar pensamientos relacionados con esa parte positiva de la emoción, realizar acercamientos progresivos a la situación que quiero lograr y valorar cada uno de los intentos que realice, por pequeños o fallidos que sean.

Después de todo esto, ¿sigues pensando que no es necesario tener en cuenta las emociones durante la práctica deportiva? ¿Crees que deberías seguir bloqueando las emociones cuando aparezcan? Mi consejo: emociónate, y emociónate bien.

 

Félix Marquiegui

@felixmarquiegui_psi

felixmarquiegui@entrenamientociclismo.com

www.entrenamientociclismo.com

 

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